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Competitividad Internacional

Posted by on 18 April, 2013

Aprovechando las recientes noticias publicadas sobre los incendios y derrumbes que han provocado fallecimientos en fábricas localizadas en países del sureste asiático, como Bangladesh, parece oportuno realizar un comentario que enlaza las condiciones de trabajo de estos países, con las empresas que venden en Occidente y con la situación de crisis económica y desempleo que sufre la sociedad española.

Los trabajadores de las fábricas en Bangladesh trabajan en las cadenas de montaje que producen prendas de ropa para marcas de empresas como Inditex. La clave del comentario gira en torno a la afirmación lanzada por los medios de comunicación en varios artículos: trabajaban por un euro al día. Es difícil culpabilizar a las grandes empresas de apoyar la semiesclavitud, ya que estas condiciones laborales son legales en el país en concreto y no es voluntad de las empresas tener a sus trabajadores realizando su labor así, sino que acuerdan con un empresario local un precio y un producto y es éste el que impone dichas condiciones. Además, resulta difícil también culpar a los clientes de comprar productos manchados por un proceso de producción infrahumano, ya que ellos no deben, ni pueden en muchos casos, valorar opciones más allá de la calidad y el precio del producto.

Entonces, ¿en qué afectan las pésimas condiciones laborales a la crisis económica?

No hace muchos años, ropa que podría vender Inditex en estos momentos se producía en ciudades como Alcoy. En la actualidad, debido a que es mucho más barato producir en países que carecen de protección en materia de derechos laborales, las grandes empresas mudan su producción a estos países, cerrando las fábricas locales y dejando a sus trabajadores sin empleo. Durante los últimos años, esta situación se ha suavizado gracias a la burbuja inmobiliaria y el recurso de la deuda pública y privada. Pero, como todas las burbujas, llegó su explosión y la realidad ha surgido. Los millones de parados que tienen los países actuales son los millones de empleados que actualmente producen a un coste 30 veces menor al otro lado del mundo.

¿Solución? Difícil. Se puede apostar por unos aranceles “sociales” a aquellos productos fabricados en países cuyas condiciones laborales no sean equiparables a las del país de importación, pero esto conllevaría un enfrentamiento directo con los estados asiáticos y las grandes empresas que surten de dinero las arcas de los estados mediante los impuestos. Habría que realizar un riguroso estudio que valorase si el aumento de la demanda interna provocado por el aumento del empleo compensaría las pérdidas que sufrirían las grandes empresas en la adaptación a la nueva regulación.

 

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